PABLO NERUDA - INSETTI


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Ode davanti all'isola di Ceylon - Ode a Lenin

Neruda - le poesie

Oda frente a la isla de Ceylán

Otra vez en los mares,
envuelto
en lluvia,
en oro,
en vago amanecer,
en ceniciento
vapor de soledades calurosas.

Y allí
surgiendo
como
una nueva ola verde,
oh Ceylán,
oh isla
sagrada,
cofre
en donde palpitó
mi joven, mi perdido
corazón
desterrado!

Yo el solitario
fui
de la floresta,
el testigo
de cuanto no pasaba,
el director
de sombras
que sólo
en mí
existían.
Oh tiempos,
oh tristezas,
oh loca noche de agua
y luna
roja
con un
olor
de sangre y de jazmines,
mientras allá,
más lejos,
la sombra redoblaba
sus tambores,
trepidaba la tierra,
entre las hojas
bailaban los guerreros.

Y, ahora,
acompañado
por tus pequeñas manos
que van y van secando
el sudor
y las penas
de mi frente,
ahora
con otra voz
segura,
con otro canto
hecho
por la luz de la vida,
aquí
vengo a parar
de nuevo junto
al mar que sólo fuera
soledad rumorosa,
al viento
de la noche
sobre los cocoteros
estrellados:
y nadie sabe ahora
lo que fui, lo que supe,
lo que sufrí,
sin nadie,
desangrándome.

Piso la calle
mía:
manchas de ausencia
o de humedad,
las plantas
se transformaron
en sombría espesura
y hay una sola
casa
que agoniza,
vacía.
Era mi casa, y hace
treinta años,
treinta
años. Toco
la puerta
de mis sueños,
los muros
carcomidos,
el tiempo
me esperaba,
el tiempo aquel
girando
con su rueda.
Aquí,
en la pobre calle
de la isla
me
esperó, todo:
palmeras, arrecifes,
siempre supieron
que yo volvería,
sólo yo no lo supe
y, de pronto,
todo volvió, las mismas
olas en las arenas,
la humedad, el rumor
del baile entre las hojas,
y supe, entonces,
supe
que sí, existí, que no era
mentira mi existencia,
que aquí estaba la casa,
el mar, la ausencia
y tú, amor, a mi lado.

Perdóname la vida,
perdóname las vidas.

Por esta calle
se fue al mar la tristeza.
Y tú y yo llevaremos
en nuestros labios
como un largo beso,
el retrato,
el sonido,
el color palpitante
de la isla,
y ahora, sí,
pasó, pasó
el pasado,
cerraremos el cofre
vacío
en donde
sólo
vivirá todavía
un viejo
olor
de mar y de jazmines.

Oda a Lenin

La revolución tiene 40 años.
Tiene la edad de una joven madura.
Tiene la edad de las madres hermosas.

Cuando nació,
en el mundo
la noticia se supo
en forma diferente.

-Qué es esto? -se preguntaban los obispos-
se ha movido la tierra,
no podremos seguir vendiendo cielo.
Los gobiernos de Europa,
de América ultrajada,
los dictadores turbios,
leían en silencio
las alarmantes comunicaciones.
Por suaves, por profundas
escaleras
subía un telegrama,
como sube la fiebre
en el termómetro:
ya no cabía duda,
el pueblo había vencido,
se transformaba el mundo.

I

Lenin, para cantarte
debo decir adiós a las palabras;
debo escribir con árboles, con ruedas,
con arados, con cereales.
Eres concreto como
los hechos y la tierra.
No existió nunca
un hombre más terrestre
que V. Uliánov.
Hay otros hombres altos
que como las iglesias acostumbran
conversar con las nubes,
son altos hombres solitarios.

Lenin sostuvo un pacto con la tierra.

Vio más lejos que nadie.
Los hombres,
los ríos, las colinas,
las estepas,
eran un libro abierto
y él leía,
leía más lejos que todos,
más claro que ninguno.
Él miraba profundo
en el pueblo, en el hombre,
miraba al hombre como a un pozo,
lo examinaba como
si fuera un mineral desconocido
que hubiera descubierto.
Había que sacar las aguas del pozo,
había que elevar la luz dinámica,
el tesoro secreto
de los pueblos,
para que todo germinara y naciera,
para ser dignos del tiempo y de la tierra.

II

Cuidad de confundirlo con un frío ingeniero,
cuidad de confundirlo con un místico ardiente.
Su inteligencia ardió sin ser jamás cenizas,
la muerte no ha helado aún su corazón de fuego.

III

Me gusta ver a Lenin pescando en la transparencia
del lago Razliv, y aquellas aguas son
como un pequeño espejo perdido entre la hierba
del vasto norte frío y plateado:
soledades aquellas, hurañas soledades,
plantas martirizadas por la noche y la nieve,
el ártico silbido del viento en su cabana.
Me gusta verlo allí solitario escuchando
el aguacero, el tembloroso vuelo
de las tórtolas,
la intensa pulsación del bosque puro.
Lenin atento al bosque y a la vida,
escuchando los pasos del viento y de la historia
en la solemnidad de la naturaleza.

IV

Fueron algunos hombres sólo estudio,
libro profundo, apasionada ciencia,
y otros hombres tuvieron
como virtud del alma el movimiento.
Lenin tuvo dos alas:
el movimiento y la sabiduría.
Creó en el pensamiento,
descifró los enigmas,
fue rompiendo las máscaras
de la verdad y el hombre
y estaba en todas partes,
estaba al mismo tiempo en todas partes.

V

Así, Lenin, tus manos trabajaron
y tu razón no conoció el descanso
hasta que desde todo el horizonte
se divisó una nueva forma:
era una estatua ensangrentada,
era una victoriosa con harapos,
era una niña bella como la luz,
llena de cicatrices, manchada por el humo.
Desde remotas tierras los pueblos la miraron:
era ella, no cabía duda,
era la Revolución.

El viejo corazón del mundo latió de otra manera.

VI

Lenin, hombre terrestre,
tu hija ha llegado al cielo.
Tu mano
mueve ahora
claras constelaciones.
La misma mano
que firmó decretos
sobre el pan y la tierra
para el pueblo,
la misma mano
se convirtió en planeta:
el hombre que tú hiciste me construyó una estrella.

VII

Todo ha cambiado, pero
fue duro el tiempo
y ásperos los días.
Durante cuarenta años aullaron
los lobos junto a las fronteras:
quisieron derribar la estatua viva,
quisieron calcinar sus ojos verdes,
por hambre y fuego
y gas y muerte
quisieron que muriera
tu hija, Lenin,
la victoria,
la extensa, firme, dulce, fuerte y alta
Unión Soviética.

No pudieron.
Faltó el pan, el carbón,
faltó la vida,
del cielo cayó lluvia, nieve, sangre,
sobre las pobres casas incendiadas,
pero entre el humo
y a la luz del fuego
los pueblos más remotos vieron la estatua viva
defenderse y crecer crecer crecer
hasta que su valiente corazón
se transformó en metal invulnerable.

VIII

Lenin, gracias te damos los lejanos.
Desde entonces, desde tus decisiones,
desde tus pasos rápidos y tus rápidos ojos
no están los pueblos solos
en la lucha por la alegría.
La inmensa patria dura,
la que aguantó el asedio,
la guerra, la amenaza,
es torre inquebrantable.
Ya no pueden matarla.
Y así viven los hombres
otra vida,
y comen otro pan
con esperanza,
porque en el centro de la tierra existe
la hija de Lenin, clara y decisiva.

IX

Gracias, Lenin,
por la energía y la enseñanza,
gracias por la firmeza,
gracias por Leningrado y las estepas,
gracias por la batalla y por la paz,
gracias por el trigo infinito,
gracias por las escuelas,
gracias por tus pequeños
titánicos soldados,
gracias por este aire que respiro en tu tierra
que no se parece a otro aire:
es espacio fragante,
es electricidad de enérgicas montañas.

Gracias, Lenin,
por el aire y el pan y la esperanza.

ODE DAVANTI ALL’ISOLA DI CEYLON

Un’altra volta nei mari,
avvolto
in pioggia,
in oro,
in vago albeggiare,
in cenerino
vapore di solitudini calorose.

E lì
sorgendo
come
una nuova onda verde,
oh Ceylon,
oh isola
sacra,
baule
dove palpitò
il mio giovane, il mio perduto
cuore
esiliato!

Io il solitario
fui
della foresta,
il testimone
di quanto non accadeva,
il direttore
di ombre
che soltanto
in me
esistevano.
Oh tempi,
oh tristezze,
oh pazza notte di acqua
e luna
rossa
con un
odore
di sangue e di gelsomini,
mentre là,
più lontano,
l’ombra raddoppiava
i suoi tamburi,
trepidava la terra,
tra le foglie
ballavano i guerrieri.

E, adesso,
accompagnato
dalle tue piccole mani
che vanno e vanno asciugando
il sudore
e le pene
della mia fronte,
adesso
con altra voce
sicura,
con altro canto
fatto
per la luce della vita,
qui
vengo a fermarmi
di nuovo vicino
al mare soltanto fu
solitudine rumorosa,
al vento
della notte
sopra le palme
stellate:
e nessuno conosce adesso
quello che fui, quello che seppi.
Io qui soffrii,
senza nessuno,
dissanguandomi.

Appartamento la strada
mia:
macchie di assenza
o di umidità,
le piante
si trasformarono
in ombroso spessore
e c’è una sola
casa
che agonizza,
vuota.
Era la mia casa, e fanno
trent’anni,
trenta
anni. Tocco
la porta
dei miei sogni,
i muri
tarlati,
il tempo
mi aspettava,
il tempo che
girava
con la sua ruota.
Qui,
nella povera strada
dell’isola
mi
aspettò, tutto:
palme, scogliere,
sempre seppero
che io tornavo,
soltanto io non lo seppi
e, all’improvviso,
tutto tornò, le stesse
onde sulle sabbie,
l’umidità, il rumore
della danza tra le foglie,
e seppi, allora,
seppi
che si, esistetti, che non era
menzogna la mia esistenza,
che qui era la casa,
il mare, l’assenza
e tu, amore, al mio fianco.

Perdonami la vita,
perdonami le vite.

Per questa strada
andò al mare la tristezza.
E tu ed io porteremo
sulle nostre labbra
come un lungo bacio,
il ritratto,
il suono,
il colore palpitante
dell’isola,
e adesso, si,
passò, passò
il passato,
chiuderemo il baule
vuoto
dove
soltanto
vivrà ancora
un vecchio
odore
di mare e di gelsomino.

ODE A LENIN

La rivoluzione ha 40 anni.
Ha l’età di una giovane matura.
Ha l’età delle madri belle.

Quando nacque,
nel mondo
la notizia si seppe
in modo differente.

- Che cosa è questo? – si domandavano i vescovi –
se ha spostato la terra
noi potremo continuare a vendere cielo.
I governi dell’Europa,
dell’America oltraggiata,
i dittatori torbidi,
leggevano in silenzio
le allarmanti comunicazioni.
Per soffici, per profonde
scale
arrivava un telegramma,
come arriva la febbre
nel termometro:
non c’erano dubbi,
il popolo aveva vinto,
si trasformava il mondo.

I

Lenin, per cantarti
devo dire addio alle parole;
devo scrivere con alberi, con ruote,
con aratri, con cereali.
Sei concreto come
i fatti e la terra.
Non esistette mai
un uomo più terrestre
di V. Ulianov.
Ci sono altri uomini alti
che come le chiese si abituano
a conversare con le nubi,
sono alti uomini solitari.

Lenin sostenne un patto con la terra.

Vide più lontano che nessuno.
Gli uomini,
i fiumi, le colline,
le steppe,
erano un libro aperto
e li leggeva,
leggeva più lontano di tutti,
più chiaramente che nessuno.
Egli guardava profondo
nel paese, nell’uomo,
guardava l’uomo come in un pozzo,
lo esaminava come
se fosse un minerale sconosciuto
che avesse scoperto.
Bisognava estrarre le acque dal pozzo,
bisognava elevare la luce dinamica,
il tesoro segreto
dei paesi,
perché tutto geminasse e nascesse,
per essere degni del tempo e della terra.

II

Attenti a confonderlo con un freddo ingegnere.
Attenti a confonderlo con un mistico ardente.
La sua intelligenza arse senza essere mai ceneri,
la morte non ha gelato ancora il suo cuore di fuoco.

III

Mi piace vedere Lenin che pesca nella trasparenza
del lago Razliv, e quelle acque sono
come un piccolo specchio perduto nell’erba
del vasto Nord freddo e argentato:
solitudini quelle, scontrose solitudini,
piante martirizzate dalla notte e dalla neve,
l’artico sibilo del vento nella sua capanna.
Mi piace vederlo lì solitario ascoltare
l’acquazzone, il tremulo volo
delle tortore,
l’intensa pulsazione del bosco puro.
Lenin attento al bosco ed alla vita,
ascolta i passi del vento e della storia
nella solennità della natura.

IV

Furono alcuni uomini soltanto studio,
libro profondo, appassionata scienza,
ed altri uomini possedettero
come virtù dell’anima il movimento.
Lenin possedette due ali:
il movimento e la saggezza.
Creò nel pensiero,
decifrò gli enigmi,
ruppe le maschere
della verità e dell’uomo
ed era da tutte le parti,
era al medesimo tempo da tutte le parti.

V

Così, Lenin le tue mani lavorarono
e la tua ragione non conobbe il riposo
finché da tutto l’orizzonte
si scorse una nuova forma:
era una statua insanguinata,
era una vittoria con stracci,
era una bambina bella come la luce,
piena di cicatrici, macchiata dal fumo.
Da remote terre gli uomini la guardarono:
era lei, non c’era dubbio,
era la Rivoluzione.

Il vecchio cuore del mondo pulsò in un altro modo.

VI

Lenin, uomo terrestre,
la tua figlia è arrivata al cielo.
La tua mano
muove adesso
chiare costellazioni.
La stessa mano
che firmò decreti
sul pane e sulla terra
per il popolo,
la stessa mano
si trasformò in pianeta:
l’uomo che tu facesti mi costruì una stella.

VII

Tutto è cambiato, ma
fu duro il tempo
e aspri i giorni.
Durante quaranta anni ulularono
i lupi vicini alle frontiere:
Volevano abbattere la statua viva,
volevano ardere i suoi occhi verdi,
per fame e fuoco
e gas e morte
volevano che morisse
tua figlia, Lenin,
la vittoria,
la estesa, ferma, dolce, forte e alta
Unione Sovietica.

Non poterono.
Mancò il pane, il carbone,
mancò la vita,
dal cielo cadde pioggia, neve, sangue,
sopra le povere case incendiate,
ma tra il fumo
e la luce del fuoco
i popoli più remoti videro la statua viva
difendersi e crescere crescere crescere
finché il suo valoroso cuore
si trasformò in metallo invulnerabile.

VIII

Lenin, grazie ti affidiamo i lontani.
Da allora, dalle tue decisioni,
dai tuoi passi rapidi e dai tuoi rapidi occhi
non sono soli i popoli
nella lotta per l’allegria.
L’immensa patria dura,
quella che sostenne l’assedio,
la guerra, la minaccia,
è torre irremovibile.
E non possono ucciderla.
E così vivono gli uomini
un’altra vita,
e mangiano altro pane
con speranza,
perché nel centro della terra esiste
la figlia di Lenin, chiara e determinante.

IX

Grazie, Lenin,
per l’energia e l’insegnamento,
grazie per la fermezza,
grazie per Leningrado e le steppe,
grazie per la battaglia e per la pace,
grazie per il frumento infinito,
grazie per le scuole,
grazie per i tuoi piccoli
titanici soldati,
grazie per quest’aria che respiro sulla terra
che non assomiglia ad altra aria:
è spazio fragrante,
è elettricità di energiche montagne.

Grazie, Lenin,
per l'aria ed il pane e la speranza


Sito internet di Antonio Giannotti - (12) aggiornamento 14/04/2007 | postmaster@antoniogiannotti.it

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