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Neruda - le poesie
Oda al buen ciego
La luz del ciego era su compañera.
Tal vez sus manos de artesano ciego
elaboraron con piedra perdida
aquel rostro de torre,
aquellos ojos que por él miraban.
Me vino a ver y en él
la luz del mar caía
cubriéndolo de miel, dando a su cuerpo
la pureza como una vestidura,
y su mirada no tenía fondo,
ni peces crueles en su abismo.
Tal vez aquella vez perdió la luz
como un hijo a su madre, pero siguió viviendo.
El hijo ciego de la luz mantuvo
la integridad del hombre con la sombra
y no fue soledad la oscuridad,
sino raíz del ser y fruta clara.
Ella con él venía,
bienamada,
esposa, amante
del muchacho ciego,
y cuando vacilaba su ternura,
ella tomó sus manos
y las puso en su rostro
y fue como violetas el minuto,
toda la tierra allí se hizo fragante.
Oh hermosura
de ver alto y florido el infortunio,
de ver completo el hombre
con flor y con dolor, y ver de pronto
al héroe ciego
levantando el mundo,
haciéndolo de nuevo,
anunciándolo,
nacido otra vez él en sus dolores
entero y estrellado
con infinita luz de cielo oscuro.
Cuando se fue, a su lado
ella era sombra pura
que acompaña a los árboles de enero,
la rumorosa sombra,
la frescura,
el vuelo de la miel y sus abejas,
y se fueron
a todos sus trabajos,
capaces de la vida,
profesores
de sol, de luna, de madera, de agua,
de cuanto él abarcaba sin sus ojos,
dándote, ciego, inquebrantable luz
para que tú camines.
Oda al mal ciego
Oh ciego sin guitarra
y con envidia,
cocido
en
tu
veneno,
desdeñado
como
esos
zapatos
entreabiertos y raídos
que a veces
abren la boca como si quisieran
ladrar, ladrar desde la acequia sucia.
Oh atado
de lo que nunca fue, no pudo serlo,
de lo que no será, no tendrá boca,
ni voz, ni voto,
ni recuerdo,
porque así suma y resta
la vida en su pizarra:
al inocente el don,
al nudo ciego
su cuerda y su castigo.
Yo pasé y no sabía
que allí estaba esperando
con su brasa,
y como no podía
quemarme
y me buscaba
adentro de su sombra,
me fui
con mis canciones
a la luz
de la vida.
Pobre!
Allí transcurre,
allí está transcurrido,
preparando
su sopa de vinagre,
su queso de escorbuto,
cociéndose
en su nata corrosiva,
en esa oscura olla
en que cayó
y fue condenado
a consumir su propio
vitalicio brebaje.
ODE AL BUON CIECO
La luce del cieco era la sua compagna.
Talvolta le sue mani di artigiano cieco
elaborarono con pietra perduta
quel volto di torre,
quegli occhi che per lui vedevano.
Venni a vedere e in lui
la luce del mare cadeva
coprendolo di miele, dando al suo corpo
la purezza come di una veste sacra,
e il suo sguardo non aveva fondo,
né pesci crudeli nel suo abisso.
Forse quella volta perse la luce
come un figlio sua madre, ma continuò a vivere.
Il figlio cieco della luce mantenne
l’integrità dell’uomo con l’ombra
e non fu solitudine l’oscurità,
ma radice dell’essere e frutta chiara.
Essa con lui veniva,
beneamata,
sposa, amante
del ragazzo cieco,
e quando vacillava la sua tenerezza,
ella prese le sue mani
e le pose sul suo viso
e fu come violette il minuto,
tutta la terra lì si fece fragrante.
Oh bellezza
di vedere alto e fiorito l’infortunio,
di vedere completo l’uomo
con fiore e con dolore, e vedere improvvisamente
l’eroe cieco
sollevare il mondo,
farlo di nuovo,
annunciare,
nato un’altra volta nei suoi dolori
intero e stellato
con infinita luce di celo oscuro.
Quando andò via, al suo fianco
ella era ombra pura
che accompagna gli alberi di gennaio,
la rumorosa ombra,
la freschezza,
il volo del miele e delle sue api,
e andarono via
tutte le sue fatiche,
capaci della vita,
professori
di sole, di luna, di legno, di acqua,
da quanto egli comprendeva senza i suoi occhi,
dandoti, cieco, irremovibile luce
affinchè tu cammini.
ODE AL CIECO MALVAGIO
Oh cieco senza chitarra
e con invidia,
bollito
nel
tuo
veleno,
disprezzato
come
queste
scarpe
socchiuse e consumate
che a volte
aprono la bocca come se volessero
abbaiare, abbaiare dal fossato sporco.
Oh legato
a quello che mai fu, non poté esserlo,
a quello che non sarà, non avrà bocca,
né voce, né voto,
né ricordo,
perché così somma e sottrae
la vita sulla sua lavagna:
all’innocente il dono,
al legame cieco
la sua corda e il suo castigo.
Io passai e non sapevo
che lì stava aspettando
con le sua braci,
e poiché non poteva
bruciarmi
e mi cercava
dentro la sua ombra,
andai via
con le mie canzoni
alla luce
della vita.
Povero!
Lì trascorre,
lì ha trascorso,
preparando
la sua zuppa di aceto,
il suo formaggio di scorbuto,
cuocendosi
nella sua panna corrosiva,
in questa oscura pentola
in cui cadde
e fu condannato
a consumare il suo proprio
vitalizio beveraggio.