PABLO NERUDA - INSETTI

Tempestad con silencio

Truena sobre los pinos.
La nube espesa desgranó sus uvas,
cayó el agua de todo el cielo vago,
el viento dispersó su transparencia,
se llenaron los árboles de anillos,
de collares, de lágrimas errantes.

Gota a gota
la lluvia se reúne
otra vez en la tierra.

Un solo trueno vuela
sobre el mar y los pinos,
un movimiento sordo:
un trueno opaco, oscuro,
son los muebles del cielo
que se arrastran.

De nube en nube caen
los pianos de la altura,
los armarios azules,
las sillas y las camas cristalinas.

Todo lo arrastra el viento.

Canta y cuenta la lluvia.

Las letras de agua caen
rompiendo las vocales
contra los techos. Todo
fue crónica perdida,
sonata dispersada gota a gota:
el corazón del agua y su escritura.

Terminó la tormenta.
Pero el silencio es otro.

Oda al violín de California

Como piedra en la costa
de California, un día
caí, desamparado:
la mañana era un látigo amarillo,
la tarde era una ráfaga
y llegaba la noche
como una copa limpia
colmada por estrellas y frescura.

Oh firmamento
grávido, tembloroso
pecho de estatua azul
sobre los arrabales mexicanos,
y allí en la costa
con
aquella tristeza transeúnte,
con una soledad de palo seco,
consumido y quemado,
tirado en el vaivén
de la marea
a la siniestra sal de California.

Entonces, en la noche
subió la voz
de un violín
flaco
y pobre:
era como un aullido
de perro vagabundo
que me lloraba y me buscaba,
era
la compañía,
el hombre que aullaba,
era otra soledad sobre la arena.

Busqué el violín nocturno
calle por calle negra,
casa por casa oxidada,
estrella por estrella:
se perdía,
callaba,
y era de pronto un surtidor,
un fuego
de Bengala en la noche salobre,
era una red de fósforo sonoro,
una espiral de dimensión sonora,
y yo por calle y calle
buscando
el hilo
del violín oscuro,
la raíz sumergida en el silencio
hasta que en una
puerta
de taberna
el hombre estaba con su
violín pobre.

Ya el último borracho
tambaleaba
hacia los dormitorios del navio,
las mesas ultrajadas
despedían las copas:
tampoco allí
esperaba nada a nadie:
el vino había partido,
la cerveza dormía,
y en la puerta
el violín con su raído
compañero,
volando,
volando
sobre la noche sola,
con una sola escala
de plata y de lamento,
con una sola red que sacaba
del cielo
fuego errante, cometas, trovadores,
y yo semidormido,
tragado por la boca
del estuario
toqué el violín, las cuerdas
madres de aquellos solitarios
llantos,
la madera gastada
por tantos dedos sumergidos,
reconocí la suavidad, el tacto
del instrumento puro, construido,
aquel violín de pobre
era familia,
era pariente mío,
no sólo por sonoro,
no sólo porque pudo levantar
su aullido
entre hostiles estrellas,
sino porque aprendió
desde su nacimiento
a acompañar perdidos,
a cantar para errantes.

TEMPESTA CON SILENZIO

Tuona sopra i pini.
La nube spessa sgranò le sue uve,
cadde l’acqua di tutto il cielo confuso,
il vento disperse la sua trasparenza,
si riempirono gli alberi di anelli.
di collane, di lacrime erranti.

Goccia a goccia
la pioggia si riunisce
ancora alla terra.

Un solo tuono vola
sopra il mare ed i pini,
un movimento sordo:
un tuono opaco, oscuro,
sono i mobili del cielo
che si trascinano.

Di nube in nube cadono
i piani dell’altezza,
gli armadi azzurri,
le sedie e i letti cristallini.

Tutto trascina il vento.

Canta e conta la pioggia.

Le lettere di acqua cadono
rompendo le vocali
contro i tetti. Tutto
fu cronica perdita,
sonata disperata goccia a goccia:
il cuore dell’acqua e la sua scrittura.

Terminò la tormenta.
Ma il silenzio è altro.

ODE AL VIOLINO DELLA CALIFORNIA

Come pietra nella costa
della California, un giorno
caddi, abbandonato:
la mattina era una frusta gialla,
il pomeriggio era un bagliore
e arrivava la notte
come un bicchiere limpido
pieno di stelle e freschezza.

Oh firmamento
gravido, tremolante
pezzo di statua azzurra
sui sobborghi messicani,
e lì nella costa
con
quella tristezza passante,
con la solitudine del palo secco,
consumato e bruciato,
gettato nell’oscillazione
della marea
al sinistro sale della California.

Adesso, nella notte
sentii la voce
di un violino
secco
e povero:
era come un ululato
di cane vagabondo
che mi pregava e mi cercava,
era
la compagnia,
l’uomo che ululava.
era un’altra solitudine sopra la sabbia.

Cercai il violino notturno
strada per strada scura,
casa per casa ossidata,
stella per stella:
si perdeva,
taceva,
era all’improvviso uno zampillo,
un fuoco
di Bengala nella notte salmastra,
era una rete di fosforo sonoro,
una spirale di dimensione sonora,
ed io per strada e strada
cercavo
il filo
del violino oscuro,
la radice sommersa nel silenzio
finché in una
porta
di taverna
l’uomo stava con il suo
violino povero.

Già l’ultimo ubriaco
traballava
verso i dormitori delle navi,
i tavoli oltraggiati
congedavano i bicchieri:
neanche lì
aspettava niente a nessuno:
il vino era partito,
la birra dormiva,
e nella porta
il violino con il suo logoro
compagno,
volando,
volando,
sopra la notte sola,
con una sola scala
d’argento e di lamento,
con una sola rete che estraeva
dal cielo
fuoco errante, comete, giullari,
ed io semiaddormentato,
inghiottito dalla bocca
dell’estuario
toccai il violino, le corde
madri di quei solitari
pianti,
il legno consumato
da tante dita sommerse,
riconobbi la soavità, il tatto
dello strumento puro, costruito,
quel violino di povero
era famiglia,
era parente mio,
non soltanto per sonoro,
non soltanto perché poté sollevare
il suo ululato
tra ostili stelle,
ma perché apprese
dalla sua nascita
ad accompagnare perduti,
a cantare per erranti.