PABLO NERUDA - INSETTI


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Solitudini della terra cinese - Ode ai treni del sud

Neruda - le poesie (2)

Soledades de la tierra china

Tierra china, quiero decirte
sólo palabras de tierra,
palabras verdes de arroz,
palabras de rojo quemado:
lo que los hombres hicieron y hacen:
guerras, estatuas, epopeyas
(de dolores, de alegrías, de sangre,
de paz, de laureles, de libros),
todo eso será escrito y borrado.
Y ni la muerte ni la vida
dependen de mi amor o mi canto.
Yo sólo quiero pasar mis manos
sobre tus grandes senos verdes:
que tu barro me modifique,
que me constituya tu viento!
Quiero ser un hijo salvaje
formado por tu barro y tu viento.

Cerca de Kunming las montañas
se coronan de plata y palomas,
el aire en la altura está vivo
como un pez helado y eléctrico,
el lago mira sólo hacia arriba:
sólo hacia las flores del cielo.

Allí los más antiguos dioses
se hicieron una ciudad de piedra
y yo anduve errante sintiendo
sobre mí golpes de granito,
lenguas de sal, almenas de oro,
explosiones que inmovilizan
en pleno cielo su estallido.

Desde hace mil veces mil años
se mueven las aguas del río,
se contradicen, se revuelven,
se agitan como cabelleras
y hay agujeros en el agua
como hechos por puntas de lanzas.
Es el Yang Tsé, padre del agua.
Y es ancho como una ciudad
este camino palpitante.

En las gargantas se abrió paso
gastando con besos la piedra.
Y corre el río como el tiempo.
La roca rompe cielo azul
y grandes águilas fluviales
construyen sus nidos salvajes
en las verticales alturas.

Yo soy de otra patria, la nieve
dejó una estrella en mi bandera
y allí el mar es un león sonoro
con hocico de sal furiosa.
En Chile viven mis parientes.
Y la lluvia cae sin tregua
sobre mis padres enterrados.

Mi país es claro y delgado
como uno solo de tus ríos.
Sin embargo en tus manos anchas
me siento seguro y camino,
cruzo desiertos y arrozales,
nieve de montañas amargas,
montes de antigua piedra y pinos.
Yo canto con los manantiales,
recojo flores increíbles,
recorro sin respeto y cantando
tu planetaria geografía.

Desde arriba eres, tierra china,
multitud verde de terrazas,
jardinería de esmeraldas
o dulce agricultura de abejas.
Eres un pleno panal verde.
Y el hombre sube las semillas
entre las rocas, a las nubes,
a las islas, entre las olas.

(El hombre chino trabaja la tierra
y la tierra china lo trabaja,
aguza sus manos pacientes,
dibuja surcos en su cara.
Luego la tierra espera al hombre
y él se confunde con el polvo
como una pálida semilla.)

Oh tierra magnética, rostro
del mundo, antigua y nueva luna,
como el tiempo, germinadora,
como el océano, infinita:
nación eterna de raíces,
plantación copiosa de seres:
las nubes te envuelven y naces
millones de veces al día.

Pasan los pueblos y tú eres.

Permaneces, madre fecunda.

Creces, gigante piedra de oro.

Que no se atrevan a tocar
tu antigua frente dura y pura.

Tus montes, tus ríos, tus rocas,
tus nubes, tu cielo y tus hombres
son una sola fortaleza.

Pero yo sólo con amor,
con simple amor y simple tierra
escribo para ti este canto.

No es para los héroes, es para
la antigua madre de los héroes.

Oda a los trenes del Sur

Trenes del Sur, pequeños
entre
los volcanes,
deslizando
vagones
sobre
rieles
mojados
por la lluvia vitalicia
entre montañas
crespas
y pesadumbre
de palos quemados.

Oh
frontera
de bosques goteantes,
de anchos heléchos, de agua,
de coronas.
Oh territorio
fresco
recién salido del lago,
del río,
del mar o de la lluvia
con el pelo mojado,
con la cintura llena
de lianas portentosas,
y entonces
en el medio
de las vegetaciones,
en la raya
de la multiplicada cabellera,
un penacho perdido,
el plumero
de una locomotora fugitiva
con un tren arrastrando
cosas vagas
en la solemnidad aplastadora
de la naturaleza,
lanzando
un grito
de ansia,
de humo,
como un escalofrío
en el paisaje!

Así
desde sus olas
los trigales
con el tren pasajero
conversan como
si fuera
sombra, cascada o ave
de aquellas latitudes,
y el tren
su chisperío
de carbón abrasado
reparte
con oscura
malignidad
de diablo
Y sigue,
sigue,
sigue,
trepa el alto viaducto
del río Malleco
como subiendo
por una guitarra
y canta
en las alturas
del equilibrio azul
de la ferretería,
silba el vibrante tren
del fin del mundo
como
si
se despidiera
y se fuera a caer donde
termina
el espacio terrestre,
se fuera a despeñar entre las islas
finales del océano.

Yo voy contigo,
tren, trepidante
tren
de la frontera:
voy a Renaico,
espérame,
tengo que comprar lana en Collipulli,
espérame, que tengo
que descender en Quepe,
en Loncoche, en Osorno,
buscar piñones, telas
recién tejidas, con olor
a oveja y lluvia...
Corre,
tren, oruga, susurro,
animalito longitudinal,
entre las hojas
frías
y la tierra fragante,
corre
con
taciturnos
hombres de negra manta,
con monturas,
con silenciosos sacos
de papas de las islas,
con la madera
del alerce rojo,
del oloroso coigue,
del roble sempiterno.

Oh tren
explorador
de soledades,
cuando vuelves
al hangar de Santiago,
a las colmenas
del hombre y su cruzado poderío,
duermes tal vez
por una noche triste
un sueño sin perfume,
sin nieves, sin raíces,
sin islas que te esperan en la lluvia,
inmóvil
entre anónimos
vagones.
Pero
yo, entre un océano
de trenes,
en el cielo
de las locomotoras,
te reconocería
por
cierto aire
de lejos, por tus ruedas
mojadas allá lejos,
y por tu traspasado
corazón que conoce
la indecible, salvaje,
lluviosa,
azul fragancia!


SOLITUDINI DELLA TERRA CINESE

Terra di Cina, voglio dirti
soltanto parole di terra,
parole verdi di riso,
parole di rosso bruciato:
quello che gli uomini fecero e fanno:
guerre, statue, epopee
(di dolori, di allegria, di sangue,
di pace, di allori, di libri),
tutto questo sarà scritto e cancellato.
E né la morte né la vita
dipendono dal mio amore o dal mio canto.
Io voglio soltanto passare le mie mani
sopra i tuoi grandi seni verdi:
che il tuo fango mi modifichi,
che mi costruisca il tuo vento!
Voglio essere un figlio selvaggio
formato dal tuo fango a dal tuo vento.

Vicino a Kumming le montagne
si circondano di argento e di colombe,
l’aria nell’altezza è viva
come un pesce gelato e elettrico,
il lago guarda soltanto verso l’alto:
soltanto verso i fiori del cielo.

Lì i più antichi dei
si fecero una città di pietra
ed io camminai errante sentendo
sopra di me colpi di granito,
lingue di sale, merli d’oro,
esplosioni che immobilizzano
in pieno cielo il suo scoppio.

Da circa mille volte mille anni
si muovono le acque del fiume,
si contraddicono, si sconvolgono,
si agitano come capigliature
e ci sono buchi nell’acqua
come fatti in punta di lancia.
È il Yang Tsé, padre dell’acqua.
E è ampio come una città
questa strada palpitante.

Nelle gole si aprì il passo
consumando con baci la pietra.
E corre il fiume come il tempo.
La roccia rompe il cielo azzurro
e grande aquile fluviali
costruiscono i loro nidi selvaggi
nelle verticali altezze.

Io sono di un’altra patria, la neve
posò una stella sulla mia bandiera
e lì il mare è un leone sonoro
con muso di sale furioso.
In Cile vivono i miei parenti.
E la pioggia cade senza tregua
sopra i miei padri sotterrati.

Il mio paese è chiaro e magro
come uno solo dei tuoi fiumi.
Tuttavia nelle tua mani ampie
mi sento sicuro e cammino,
attraverso deserti e risaie,
neve di montagne amare,
monti di antica pietra e pini.
Io canto con le sorgenti,
raccolgo fiori incredibili,
percorro senza rispetto e cantando
la tua planetaria geografia.

Dall’alto sei, terra di Cina,
moltitudine verde di terrazze,
giardini di smeraldi
o dolce agricoltura di api.
Sei un pieno favo verde.
E l’uomo cresce le sementi
tra le rocce, nelle nubi,
nelle isole, tra le onde.

(L’uomo cinese lavora la terra
e la terra cinese lo lavora,
aguzza le sue mani pazienti,
disegna solchi sul viso.
Dopo la terra aspetta l’uomo
e lui si confonde con la polvere
come una pallida semenza.)

Oh terra magnetica, volto
del mondo, antica e nuova luna,
come il tempo, germogliatrice,
come l’oceano, infinita:
nazione eterna di radici,
piantagione copiosa di esseri:
le nubi ti avvolgono e nasci
milioni di volte il giorno.

Passano i popoli e tu sei.

Rimani, madre feconda.

Cresci, gigante pietra d’oro.

Che non abbiano il coraggio di toccare
la tua antica fronte dura e pura.

I tuoi monti, i tuoi fiumi, le tue rocce,
le tue nubi, il tuo cielo ed i tuoi uomini
sono una sola forza.

Ma io soltanto un amore,
con semplice amore e semplice terra,
scrivo per te questo canto.

Non è per gli eroi, è per
l’antica madre dei tuoi eroi.


ODE AI TRENI DEL SUD

Treni del Sud, piccoli
tra
i vulcani,
scivolano
vagoni
sopra
barre
bagnate
dalla pioggia vitalizia,
tra montagne
crespe
e dispiacere
di pali bruciati.

Oh
frontiera
di boschi gocciolanti,
di ampie felci. di acqua,
di corone.
Oh territorio
fresco
da poco uscito dal lago,
dal fiume,
dal mare e dalla pioggia
con il mantello bagnato,
e con la cintura piena
di liane portentose,
e allora
nel mezzo
della vegetazioni,
nella linea
della moltiplicata capigliatura,
un pennacchio perduto,
il piumino
di una locomotiva fuggitiva
con un treno trascinando
cose vaghe
nella solennità schiacciante
della natura,
lanciando
un grido
di ansia,
di fumo,
come un brivido
nel paesaggio!

Così
dalle tue onde
i campi di grano
con il treno passeggeri
conversano come
se fosse
ombra, cascata o uccello
di quelle latitudini,
e il treno
il suo scintillio
di carbone bruciato
riparte
con oscura
malignità
di diavolo
e continua,
continua,
continua,
si arrampica sull’alto viadotto
del fiume Malleco
come salendo
da una chitarra
e canta
nelle altezze
dell’equilibrio azzurro
della ferramenta,
fischia il vibrante treno
della fine del mondo
come
se
si congedasse
e stesse per cadere dove
termina
lo spazio terrestre,
e si gettasse nelle isole
finali dell’oceano.

Io vado con te,
treno trepidante
treno
della frontiera:
vado a Renaico,
aspettami,
devo comprare lana a Collipulli,
aspettami, devo
discendere a Quepe,
a Loncoche, a Osorno,
cercare pinoli, tessuti
appena tessuti, con odore
di pecora e pioggia…
Corri,
treno, bruco, sussurro,
piccolo animale longitudinale,
tra le foglie
fredde
e la terra fragrante,
corri
con
taciturni
uomini dalle nere coperte,
con cavalcature,
con silenziosi sacchi
di patate delle isole,
con il legno
del larice rosso,
dell’ombroso
coique,
del rovere perpetuo.

Oh treno
esploratore
delle solitudini,
quando torni
all’hangar di Santiago
agli alveari
dell’uomo ed al suo incrociato potere,
dormi forse
per una notte triste
un sogno senza profumo,
senza neve, senza radici,
senza isole che ti aspettano nella pioggia,
immobile
tra anonimi
vagoni.
Ma
io, tra un oceano
di treni,
nel cielo
delle locomotive,
ti riconoscerei
per
una certa aria
da lontano, per le tue ruote
bagnate là lontano,
e per il tuo trapassato
cuore che conosce
l’indicibile, selvaggia,
piovosa,
azzurra fragranza!



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